FERNANDO BUEN ABAD


De la caída del muro a la caída del muralismo.

Fernando Buen Abad Domínguez (méxico)
Esa tradición ancestral de tomar los muros para relatar leyendas, identidades o sueños, tiene con el muralismo mexicano un capítulo contemporáneo peculiar, síntesis de anécdotas éticas, estéticas y políticas contradictorias. Platón desde su caverna no lo creería. Como muchas otras experiencias artísticas, la del muralismo mexicano es hija de coyunturas multifactoriales.
“Sin la Revolución esos artistas no se habrían expresado o sus creaciones habrían adoptado otras formas; asimismo, sin la obra de los muralistas, la Revolución no habría sido lo que fue. El movimiento muralista fue ante todo un descubrimiento del presente y el pasado de México, algo que el sacudimiento revolucionario había puesto a la vista: la verdadera realidad de nuestro país no era lo que veían los liberales y los porfiristas del siglo pasado sino otra, sepultada y no obstante viva... Todos tenemos nostalgia y envidis de un momento maravilloso que no hemos podido vivir. Uno de ellos es ese momento en el que, recién llegado de europa, Diego Rivera vuelve a ver, como si nunca la hubiese visto antes, la realidad mexicana.” Octavio Paz.
El México post revolucionario envuelto en convulsiones políticas, asesinatos, traiciones, esclavitud, miseria, racismo y deudas con la población, tuvo en los gobiernos emergentes la autoría ideológica suficiente como para inventar un país con “integridad cultural”, “identidad”, “igualdad de posibilidades”, “progreso” y “futuro”. Anécdotario discursivo lleno de instituciones revolucionarias, jaloneo político con el clero, corrupción, impunidad, ignorancia y desamparo ante las incursiones inversionistas extranjeras. Luego de la revolución, o como afirman algunos “La revolución traicionada” con plomo, los sectores sociales (menos los oligárquicos) sumidos en una desorientación aterrorizada, quedaron a expensas del proyecto político armado por una facción ilustrada de la burguesía nacional. Indígenas, campesinos, obreros y buena parte de la clase media fueron sometidos al modelo de país necesario para acunar y catapultar el desarrollo de una burguesía nueva con terratenientes, burócratas, comerciantes y empresarios ávidos de sacudirse los resabios de la dictadura porfirista y de instalarse en el poder para siempre. Todo bajo las pautas de una economía liberal incipiente; la construcción hegemónica de un partido político autoritario, corrupto y demagogo; la instauración de modelos educativos positivistas, excluyentes y al servicio de la producción capitalista. Y, por supuesto, la vecindad con los yankees. No es poca cosa. Un México post revolucionario que no vio llegar la justicia social, que no vio cumplida la reforma agraria de Zapata; que no vio la justicia para los obreros como soñaron los Flores Magón, que no vio igualdad económica, reparto justo de la riqueza, dignidad para el trabajo, ni democracia. Un México intoxicado con deudas históricas pero atendido con paliativos saliváceos de demagogos olvidadizos. La izquierda pulverizada pero tolerada; los indígenas muertos de hambre, sin tierra, excluidos pero sublimados con mitificaciones mesiánicas; los campesinos hundidos en un neofeudalismo burocrático sin proyecto económico, sin inversión real en la producción, imposibilitados para planeación económica alguna, 0 pero usados para alimentar a las urbes; los obreros esclavizados hasta la ignominia, ignorantes sin organización independiente, sin salarios justos y dignos pero usados para la demagogia electoral, la rentabilidad de las empresas y el movimiento de mercancías, requeridos para la oferta y la demanda. La clase burocrática, el clero y los industriales viento en popa mientras los últimos hedores de los muertos caídos en la refriega revolucionaria se disipaba con tiempo, discursos, mafias y corrupción. Nació el papá del PRI y luego el PRI. En medio de esta fiestecita de progreso, emerge el muralismo mexicano. Es imposible no referir la influencia del contexto social sobre el arte y las posturas de los artistas. Ello tiene muchísimas interpretaciones, sentidos y utilidades, pero es seguro que en el caso del muralismo es inevitable: porque la obra lo exige, los autores lo quisieron y la sociedad toda lo asimiló. Para bien o para mal.
Ninguno de los muralistas mexicanos, de los más famosos a los menos, de los más democráticos a los snobs, omitió de su discurso el correlato popular vinculado a su obra. Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, entre otros, se encargaron de exhibir e insistir en la influencia de sus ideas sobre la obra, el servicio de la obra sobre sus ideas y todas las viceversas. Ello destapó una revatinga apasionante sobre el origen, papel y destino del muralismo... su oficio beneficio y perjuicio. Debate longevo que permanece con ideas lúcidas y necedades extravagantes, con apologías acríticas propias de fans masmedieros y con denostaciones descalificantes y lapidarias. Más todas las combinaciones, conciliaciones y rectificaciones imaginadas. Al muralismo mexicano se le atribuye una síntesis artística, política e histórica que incertó el papel del arte en la inercia de la identidad de una manera genuina refrescante y duradera. Se le atribuye la emergencia del arte latinoamericano al concierto mundial que supo reponer lo ancestral, lo presente y lo futuro con lenguajes potentes y potenciados hacia un arte genuino y estimulante. Del muralismo se dice que aportó tesis de identidad para artistas y poblaciones urgidos de reconciliaciones con lo propio, rumbo a un lenguaje de síntesis, fusión o mestizaje. Se ha dicho del muralismo incluso, que constituyó un matrimonio fundamental, renovado y fértil entre lo artístico y lo didáctico. Se le pensó como un realismo socialista sui géneris, como compendio de emociones y técnicas populares venidas de genios individuales con preocupaciones colectivas.
Pero también se le ha acusado de demagógico. De servir para ilustrar la ideología que se inventó para convencer al pueblo con reflejos y valores artificiales. Que reconcilia el maridaje gobierno-artista bajo beneficios ideológicos dominantes. Que no es un arte popular ni sus autores comprometidos con la realidad de las mayorías. Que muestran un México inexistente, que indios, campesinos no son tan pintorescos o sublimes. Que hay morales caudillistas encantadas con hacer pasar por obra de héroes lo que es gesta de pueblos enteros. Que mienten los colores, las proporciones y las formas. Que los autores son snobs nacionalistas de papel que no tenían contacto real con el pueblo. En fin. Hay suficiente para un debate largo, como lo es. Es innegable que los presupuestos económicos para realizar los grandes murales fueron gubernamentales. Que Diego Rivera militó en el Partido Comunista pistola en mano, que fue expulsado y que pintó murales yankees con presupuestos Rockefeller (a quien también pintó), que fue intolerante, patán y adinerado. Es cierto que Siqueiros estuvo en la cárcel por razones políticas, que también pintó con presupuestos del gobierno, que también produjo obra pagada por empresarios, que le gustaban los balazos y no era una alma de dios precisamente. Lenin lo supo.
Orozco como los otros dos, tomó la ruta del extranjero, que no fue menos en recibir subsidios gubernamentales, que comparte con sus pares las mismas virtudes y contradicciones y que tuvo la fama que muchos otros no lograron con obra al menos similar. Unas más y otras menos válidas afirmaciones, según gustos, influencias o conveniencias, éticas o estéticas.
Ees dificilísimo negar el poder y significación del muralismo mexicano en la plástica latinoamericana. Muralismo no exportable en la medida en que lo contextual con sus constantes tiene diferencias determinantes. Muralismo no imitable gracias a lo genuino de sus hallazgos como de sus contradicciones. No transferible, por razones de historia y genio popular. La idea de Platón en La Caverna donde aparecían en un muro amplificadas las sombras de un mito tiene en el muralismo mexicano muchas similitudes. Podemos discutir algunas de ellas (¿acaso debemos?). Nos falta descubrir muchas más (¿acaso podremos?).
“El arte del pueblo de México es la manifestación espiritual más grande y más sana del mundo y su tradición indígena es la mejor de todas...Repudiamos la pintura llamada de caballete y todo el arte de cenáculo ultra-intelectual por aristocrático y exaltamos las manifestaciones de arte monumental por ser de utilidad pública. Proclamamos que toda manifestación estética ajena o contraria al sentimiento popular es burguesa y debe desaparecer porque contribuye a pervertir el gusto de nuestra raza, ya casi completamente pervertido en las ciudades” 1923, Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores, firmado por David Alfaro Siqueiros, Xavier Guerrero, Fermin Revueltas, Diego Rivera, José Clemente Orozco y Carlos Mérida.
El Sapo Enigmático.
“Tenía la ambición de reflejar la expresión esencial, auténtica de la tierra. Quería que mis obras fueran el espejo de la vida social de México como yo lo veía y que a través de la situación presente las masas avizoraran las posibilidades del futuro. Me propuse ser ...un condensador de luchas y aspiraciones de las masas y a la vez transmitir a esas mismas masas una síntesis de sus deseos que les sirviera para organizar su consciencia y ayudar a su organización social.” Diego Rivera
Diego Rivera como muchos otros artistas antes de tener algún reconocimiento significativo en México pagó derecho de piso en Europa. Es una especie de leyno escrita insiste en convencer a los mexicanos sobre las maravillas de lo extranjero y la vergüenza de lo propio. Con esa experiencia europea Diego inicia su ascenso sin retorno. En algún momento vio con claridad la ruta de un trabajo en el que podría explorar ideas y formas inéditas a partir de ideas y formas populares. La de Diego Rivera no es una invención plástica ni un descubrimiento espectacular. En México los temas y rasgos consolidados por Rivera son recurrentes y repetitivos, afuera son exóticos. La obra de Diego Rivera tiene por virtud la gran síntesis y el ejercicio de una grandilocuencia atípica en la plástica posterior a la conquista. En un país de fomatos chicos Rivera pinta murales, en un país de vergüenza indígena pinta indios gorditos y coloridos, en un país de grupos fragmentados pinta muchedumbres. En un país pluricultural, amorfo, desorientado y adolorido pinta cierta unidad seguida por una idea de evolución histórica que pasaría por coherente. México es otra cosa en muchos órdenes. La reivindicación de lo indígena es asunto que suele pasar por muchos manipuleos. Unos, mesiánicos, se piensan redentores de esos seres inferiores a los que urge sacar del atraso. Otros, especuladores con el destino, inventan una defensa burocrática de los indios sólo para mantener funcionando una ubre presupuestal que alimenta a muchos excepto a los indígenas. Otros, académicos melancólicos lloran amargamente el destino de los buenos salvajes mientras venden libros y firman autógrafos en librerías, ferias y escuelas. La inmensa mayoría de los indígenas no lee ni escribe el castellano. Después de todo es jet set intelectual, algunos otros esgrimen el discurso de los derechos humanos para activar coartadas sociales que lucen bien en épocas ecologistas. Y otros, aplauden frenéticamente a los pueblos indios mientras comercian con artesanías, fotos o souvenirs hechos a mano por una especie casi salvaje... casi en extinción. Los extranjeros compran el exotismo mnemotécnico que servirá para recordar sus vacaciones, el hotel y las andanzas logradas. Los artesanos cobran migajas. En fin... También hay buenas voluntades. Diego Rivera fue un poco de todo lo anterior y además famoso. Orozco y Siqueiros pisaron paisajes similares.
La utopía de levantar sobre los muros una obra capaz de espejar el espíritu de los pueblos no ha caído. Quienes se tambalean son los discursos. Así cumple la dialéctica de la historia sus designios. ¿Pasaremos el examen de nuestro tiempo?

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Docente , muralista y productor de arte público por elección y Trabajador de la Cultura por convicción. Investigador aficionado de la intervención artística en espacios públicos. es autor de proyectos donde interviene la educación y la actitud del artista en su medio social, sobre la base del pensamiento de Rodolfo Kusch. Conformó el grupo Murosur de 1989 al 2006. Actualmente es docente titular y co- fundador del Taller de Muralismo y Arte Público desde 1991 ; y Coordinador del área de Arte Público de Ed. Media en la Escuela Superior de Enseñanza Artistica "Manuel Belgrano" . Es Integrante del espacio de discusión politico-cultural MAC (Muralismo Argentino Contemporáneo). Reside el la Ciudad de Buenos Aires.

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